ESOPHAGUS: El Depredador del death metal llega a México
El Depredador, aquel cazador extraterrestre tecnológicamente avanzado que vimos en la cinta homónima de 1987, en donde aniquila a un grupo militar de élite en alguna jungla de Centroamérica, y que volvimos a ver en su secuela de 1990, pero ahora situado en la selva de concreto de Los Ángeles, refleja la brutalidad, el salvajismo y el instinto animal imparable de Esophagus, banda chilena especializada en volar el cerebro de sus escuchas con su slam/brutal death metal.
Como parte de su gira mexicana, el viernes 4 de octubre invadieron el Bunker 57 de San Luis Potosí, acompañados de cuatro grandes bandas del género: Carnivorous Pestilence, Surgery, Enemy 906 y Horror Paradise. Una noche bestial que inició que culminó hacia las dos de la mañana.
Los primeros en asaltar el escenario fueron Carnivorous Pestilence desde Cancún, quienes con su brutal death metal desataron una tormenta sonora que sacudió los cimientos del Bunker 57. El público, ansioso por la descarga, respondió con un mosh pit frenético que no cesaría hasta el final de la noche.
Le siguieron los chilangos Surgery. Con un sonido técnico y pesado, pero sin perder la esencia brutal, Surgery envolvió al público en un muro de riffs demoledores y blast beats implacables.
La siguiente en subir al ring fue la banda tapatía Enemy 906, cuya propuesta de slamming beatdown dejó claro por qué se autodenominan los “Mexican heaviest riffs”. Con una estética agresiva y una puesta en escena que invitaba al caos, Enemy 906 sumó más leña al fuego, desatando una ola de violencia sonora que sacudió a todos los presentes.
Los chihuahuenses Horror Paradise cerraron la noche con broche de oro para el talento mexicano. Con un sonido técnico y progresivo, pero sin perder la ferocidad característica del death metal, Horror Paradise demostró que son una de las bandas más prometedoras de la escena. Su setlist, lleno de cambios de ritmo y estructuras complejas, mantuvo al público al borde del colapso nervioso.
El Bunker 57 se convirtió en un hervidero de cuerpos sudorosos y cabezas que se movían al ritmo de la música. El mosh pit se convirtió en un organismo vivo que se alimentaba de la energía de las bandas y del público. Y aún faltaba el acto estelar.
Con Mauro Muñoz en la guitarra, Víctor Araneda en la batería, y Azeraté Nakamura en las voces, Esophagus tomó el volante de este vehículo llamado destrucción, y en menos de una hora demostraron ser una de las bandas más brutales de Latinoamérica.
La comparación que hicimos con el Depredador al inicio de este texto no es en balde ya que, aunado a que la agrupación usa su imagen en discos y en promocionales, las comparaciones con la bestia y la bandas son innegables.
Al igual que el Depredador persigue a sus presas, Esophagus busca provocar una reacción visceral en el oyente. Ambos combinan una fuerza bruta con una técnica refinada. El guerrero alienígena utiliza su fuerza física y su tecnología avanzada para dominar a sus enemigos, mientras que los chilenos combinan riffs pesados con estructuras musicales complejas.
Y ni qué decir de la voz de Nakamura, más cercano al monstruo que al del ser humano. Un dato interesante es que el vocalista, entre canción y canción, tomaba un trago de miel, asumiendo que era para cuidar sus cuerdas vocales.
Esophagus atacó a sus fans con una avalancha de sonido, al igual que el Depredador ataca a sus presas con sus garras y armas.
Se puede decir que nosotros, los amantes del death metal, también somos como el Depredador. Esta es una criatura alienígena que busca aislarse para cazar, mientras que a los que nos gusta la música extrema a menudo encontramos nuestra comunidad en subculturas marginales.
Y vaya que la encontramos esa noche. Una noche para recordar, una muestra de que el death metal sigue más vivo que nunca en México y en Latinoamérica.